miércoles, 30 de septiembre de 2015

todas las bestias iban vestidas

Ayer soñé que me esperabas. En aquella esquina, de aquella cafetería, de cualquier parte. Donde siempre nos encontrábamos, sin querer. O sin pensarlo tal vez. Porque querer queríamos siempre y querernos lo hacíamos hasta doler. Que nos centrábamos en caminar, en mirar nuestras pisadas, para asegurarnos que conducían al mismo lugar. Que de la mano entrábamos en aquel jardín de lirios, donde enterramos nuestros pasados una vez, y dos y tres. Dejándonos en el presente, una mirada y una caricia por cada vuelta atrás. Que al llegar al hogar me abrazabas, mientras el fuego ardía, y yo en deseos de encontrarte al otro lado de la cama. Después girarnos y sonreír internamente y eternamente, por qué no, también. Que volábamos, como en las pelis y rogábamos al sol que no saliera, que no osara despertar la bestia que habitaba entre las nubes. Llorar teniendo el paraguas de tus manos y el desafío de alumbrarme con tu voz si estoy a oscuras. Si me nubla la razón y tu me guardas los besos que despejan esa niebla que atribuyo a mi locura. Agárrate desde mi espalda, que yo protegeré tu alma con mi cuerpo y la mía propia, y que el escudo sean promesas que no acaban y una puerta de salida en la ventana. Que abandonemos juntos si no escampa, y la lluvia para esos que les guste empaparse en otra cosa que no sea en tu sudor en la cama.

Ayer soñé todo eso,
y me desperté y no estabas.

martes, 22 de septiembre de 2015

Rescate I


Siempre me ha relajado el olor de la pólvora. Por eso sé que nunca he sido fuego.

Preciso como el ojo del fénix y dispuesto a todo. Aunque a veces dar todo no sea suficiente. Empezamos a escribir la historia por el final, el principio de la libertad. Cuando todo se tuerce, siempre hay un héroe que nos rescata: somos nosotros, cuando seguimos la lectura. Porque no hay final malo en ningún cuento. La luz deja mella en cualquier piel, pero la oscuridad más. Esculpimos los sueños a base de cincel y martillazos. Luego despertamos. Y el sonido del despertador sigue siendo el mismo. Fragilidad. Escarcha. Convirtieron el agua en vino, nosotros en esperanzas. Todo era ficción al fin y al cabo. Tener el mundo en una mano. La otra, en cambio, temblando. Nunca fue bueno tanto peso a las espaldas. Lejos de desear desterrar el tiempo, nos arrastramos por los cristales que forma el paso del segundero. Sangramos, e, inexplicablemente, no queremos dejar de hacernos daño. Inconscientes humanos. Por menos me he arrancado el corazón, así que que alguien me explique porque aún lloro cuando respiro tu olor en mi cama. Nos ciega la locura, razón. ¿Quién somos nosotros para oponernos?



sábado, 19 de septiembre de 2015

Evanescente

A la larga todo se deshace. Ya lo dijo aquella galleta de la suerte, de aquel restaurante, al que nunca iremos fuimos. El frío de un silencio atravesándote mientras ves como el espejo se resquebraja, sin haber llegado a reflejarte. Que todo se deshace. Como el hielo de tus ojos congeniando con el fuego de los míos. O la esperanza. Esa también se deshace. 
Se deshace el agua del océano y queda la sal, culpable de formarme las escamas. Cuando me bañaba en tu mar de dudas y admiraba, con recelo, esa forma tan particular de quererme hasta que te dolían los huesos. 
Se deshacen las ganas con cada gesto y con cada palabra no pronunciada. Porque lo que no se cuida acaba en nada.
Se deshace la facilidad de raciocinio, la geometría de tus ideas en mi cabeza. Se deberá a aquello de que es amor evanescente. O no lo sé, porque se deshizo, también, la tinta en la etiqueta.
Se deshacen las maneras y las formas. La cantidad de axiomas que sujetan una idea que también se deshace. Aunque la evidencia dicte que te mueres por perderte entre mis manos. 
Se deshace el tiempo, mujer, y, aunque ninguno de los dos seamos responsables, éste no espera sino deshacerse entre dos vidas que quizá no estén ni destinadas a cruzarse.

martes, 15 de septiembre de 2015

Vacío

Total inmensidad. Inmersidad. Entre calles de adjetivos neutros. Locura radical. Acostumbrados al cristal no controlamos la distancia. Colisiones y castigo. Implosión. Abrigo de imprudencias. Hechos, alevosía, simplicidad.
He visto acorralada la esperanza entre buitres y espadas. Y la longevidad del agua en unas pupilas reflejada. También he visto los mensajes ocultos en un mantra, que me escribías, cuando aún seguías enamorada. La larga cola del vestido rojo escondida, detrás de aquellas brujas que espiaban. Una no veía, otra no escuchaba y la última se esmeraba en hablar para juntarlas.
Adulterada realidad, copas de deseo y circunstancia. Añejos. Como el recuerdo de aquellos viejos elefantes. Que miraban con recelo y se perdían en la distancia.
A lo mejor habría funcionado aquello de no escucharla, cuando cantaba. Pero el cabrón de Ulises nunca dijo nada de su espalda. Porque entre velas y un timón de magia no hay espacio para lágrimas.
Amanecerá con fuerza mientras podamos encontrar su letra. Grabada en aquella puerta. Que hoy late y bombea sangre. Y mañana para y trae oscuridad.
Y si la duda sigue, y si la duda pesa. Y si nos encontramos rodeados de mierda. Tanta historia para nada. Porque, a pesar de la distancia, el horizonte aún se asoma a la ventana.