miércoles, 21 de diciembre de 2016

Lázaro

Confiados o confiables somos. Recito. Redimo mares. Cientos. Ciénagas perdidas en la inmensidad. Difundimos soledad en hechos que se enquistan. Luz de luna iridiscente. Versos escupidos, dulce verborrea. Vernos brevemente y respirar. Congelamos el vaho y nos deshicimos en esencia. El mar susurraba, el viento destruía la paz. Largas tardes de consuelo. Búsqueda de tiempo. Aciago miedo. Tremendo sopesar por el incendio. Lúgubre locura de Neruda, localizando huecos. Rompiendo restos. Retraídos silencios. Y de pronto vernos. Agua encarcelada devastaba prados de hielo y metal. Nuestros besos eran necesarios. Acero contra amor. Engaño contra ruina y cimientos. No buscábamos la perfección. Esquirlas de plata se perdían entre nuestras mareas y destellos del alba iluminaban el océano. Entre olas y veleros. Entre infartos despertamos y acudimos. La llamada fue la incógnita. La incógnita el destino. Y el destino despedirnos. Que me expliquen qué sembraba junto a tus olivos. Por qué ese verde esperanza traía inquietud en mí. Si me deslizaba entre tu cuerpo como gotas de lluvia en Abril y afiladas dagas burdeos en mi cuerpo patinaban. Retrocedimos hasta empatar con el corazón. Póker de desgarro emocional. Triple variación moral y viceversa. Presa desbordada en letras. Rapidez, metas, hastío, promesas. Viérteme tu aire, báñame en tus cuencas. Acuna mi entereza y cura mi estima si duda de ti, de mí y nuestras consecuencias. Trajimos el gris a un mundo monocromático. Siempre estábamos en guerra. Paciencia. Ausencia contrapuesta. Locura insatisfecha. Despavoridas aves en su propia migración. Resucitamos, una vez más, para enterrarnos. Y al fondo un halo de cristal. Pétalos de cerezo al despertar. Y luego que por qué nos drogamos.