sábado, 19 de mayo de 2018

Ragnarok

Nos sentábamos mientras veíamos caer el jazmín. Paladín de verbo, mandil de invierno. Llorábamos tropezando alquimia. Le creías, claro, destino apodíctico de párpados con sal. No encontrábamos más que el remedio al maremoto. La salinidad de una mirada enrocada entre sudores fríos. Electricidad y almizcle. Farragoso esmero, tempestad, oscuros versos de cuero y cristal. Y no terminó de salvarnos el resplandor. Tenebroso lodazal de sueños olvidados. Óxido y planta machada de corales. Tremenda explosión de los cinco sentidos. Con uno escuché,
con otro tocaba, con otro olía, con otro saboreaba y con otro observaba, cielo deshecho en mis manos, anhelo blanco, ojos marrones, tierra, al final, mejor que mar. Fuimos autores de textos prohibidos. Al principio seísmo, huracán al terminar. Mariposas danzaban, luna de plata, calor de hogar. Dime si no pudimos, de verdad, mantener viva la llama de nuestro destino. Dime cuan duro se sentía avanzar. Reconoce que nunca fui yo del todo, y que tú nunca fuiste silencio. Y que a mí me encantaba el ruido. Y al final locos por vernos. Echarte de menos se convirtió en desmesura; largo camino entre campos de olivos y meigas. Cosiendo con hilo un destino que anhelas; bordando en mi tiempo un tatuaje precoz. Montarás yeguas, montaraz; caballero, envaine su pluma, vuelva a su hogar. Volveremos a vernos, palabra. Volveremos, espero. Cobarde crío. Tocata y fuga. Creció y decidió; y, al final, ninguna.