sábado, 16 de septiembre de 2017

Roma

Amar no es esperanza. Amar no es pasión descontrolada. Amar no es guerra ni tampoco paz. Amar no es cruzar sin mirar, ni pararse a esperar. Amar no es frío, no es calor. Amar no es calle, ni ciudad, ni valle, ni río, ni si quiera hogar. Amar no son caricias, no son cosquillas, ni roce, ni sexo, ni hablar. Amar no es senda, ni perderse en un bosque entre cientos de árboles. Amar no es esconderse ni chillar. No es posesión, no es libertad. Amar no es delirar, no es obsesión, no es ser cabal. Amar no es vacío, no es satisfacción. Amar no es océano, ni desierto. Amar no es el sol ni la luna, ni las estrellas, si quiera. Amar no son sueños, no es realidad. Amar no son letras, ni un hilo de voz entrecortada en un jadeo. Amar no es satisfacción, no es desagrado. Amar no es un anillo ni un collar, ni una entrada para ir al teatro en viernes. Amar no son rosas un catorce de febrero, ni un jersey en navidad. Amar no es chocolate en chimeneas, no es escuchar la lluvia, no es observar caer la nieve desde una ventana. Amar no es un abrazo, ni un beso. Amar no es Roma, no es una semana en Atenas, ni un viaje a los fiordos. Amar no es perseguir, no es esperar. Amar no es un lamento, ni un sollozo, ni trinar de alegría. Amar no es un medio, ni un final. Amar no es melancolía, ni aventurarse o tirarse de cabeza a la piscina. Amar no es rebeldía, ni sumisión. Amar no es una página final de un libro, ni el último trago de una copa de whisky escocés. Amar no es el rumor del oleaje, ni la espuma, ni si quiera el brillo que despide una aurora boreal. Amar no es empatía, no es exponerse. Amar no es dormir, amar no es despertar. Amar no es música - y esto me duele -. Amar no es crónica, ni cuento, ni una ristra de versos encadenados hablando de ti. Amar no es el principio, amar no es un fin. 

martes, 12 de septiembre de 2017

Ámbar de Kotu

Escucha, acompaña el ruido. 
Como quebraba cada una de las nubes cuando nuestras almas se entrelazaban y jugaban a ser vapor de nosotros. Como retrocedía la luna cuando te columpiabas en mis manos, cuando mordía tu fuego; como se reprimía cuando nos lanzábamos en aviones de papel, al aterrizar en prados regados con el sabor de tus besos. Recuerda cada uno de los instantes en los que nos encontrábamos en una mesa, de cualquier bar, de cualquier calle, de cualquier ciudad. También cada situación de despedida. Chillabas, gritabas, rompías a llorar, pues hay animales que no están hechos para vivir encerrados. Y yo detonaba, jamás me gusto vivir entre barras de acero. Éramos puro instinto, sentimiento superlativo, descontrolada pasión; éramos puto amonal. Nos encantaba decir que era verdad todo esto, que el fin justificaba los medios, que merecía la pena esta larga brevedad. Paseabamos siempre por aquella chopera, tú pateabas las hojas caidas, yo recogía tus sonrisas. Y, al final del camino, dejé de escuchar tus pasos, los tonos ocres terminaron. Mis ojos buscaron los tuyos. Al final, te habías marchado.
Eso fuimos, tres minutos, catorce segundos.