martes, 1 de agosto de 2017

KetSelem

Se antojaba verde, como mi parecer, observar el manto de arena que pisabas. De lejos, eso sí. Escondido. Tímido. Joder. Maldito valor desencontrado. Luchar contra viento y marea en la guerra que provocas en mí. Ser piloto y a la vez proyectil. Surcar el aire que exhalas. Y aterrizar muriendo en ti. Calles que, sin querer, te abrigaban. Carros tirados por nada. O eso parecía. Que querías, pero al final recelabas. Recogí cada una de las palabras que me dedicabas. Cincelándolas en paredes blancas. Para no olvidarme que existias. Como en una de nuestras películas. Y, aunque aquí no lluevan meteoros, continúo impaciente, aguardando, contemplar como haces competencia a la más bonita de las auroras boreales. Como la nieve envidia tu tez y como, al notarte, el cielo del norte se enfunda su mejor traje. Y, aunque jamás cabalguemos a la par, pues esto es tan platónico como hablar en plural, mi miedo se viste de alegoría, mis manos tiemblan y yo quedo atrás. Pensando en que la primera noche es nuestra. Y, el resto, el tiempo dictará.