sábado, 11 de marzo de 2017

Dieciocho

El miedo arrinconado suplicaba perdón. Clemencia, deidad. Permítame posarme en su compasión ramificada. Obtuvimos del esfuerzo fe y caímos en espiral. Encontrándonos con dagas, estocadas, tibio acero. Cálidos miedos. Rota oscuridad. Nos precipitamos al abismo. Y yo preguntándome por qué sonreías. Tú sentada en el bar. Yo perdido en tonterías. Tú la profecía. Yo predestinado a tu pesar. Acabamos en crepúsculo, sombras grises. Veredictos de papel. Tu opinión condicionaba mis ideas, y yo dispuesto a dejarme vencer. No empuñé mi pensamiento nunca, arrepentido. Y tú terminabas de empezar. El corazón se aceleraba. Tú reías. Yo esperaba. Y las nubes se ceñían. 
Ingrata ingravidez onírica. Quizá estos versos no sean los más tristes. Pero despellejan alma y sangre. Vecinos de portal, desconocidos. Ambiguos sentidos. Sal, herida, recaída y a otra parte. El hechizo descolocaba falsas promesas. Intensas palabras trémulas. Prohibido acusar ausencia. Rojo corazón en tinieblas. Gozaremos del son de tu cantar, si hadas acuden al gozo y al cielo. Mil caminos en tu juego, uno factible y quizá, al final del todo, nos encontremos. Te quiero palmo y mitad, aunque no te lo diga por miedo. Locura, sollozos y voluntad. Acordamos perder antes, tenernos luego. Roto ego; tristes profetas en verso. Acorazados navíos. Despistes, fotos. Una flor en loto. Versos de verano. Tu regazo, un regalo. Te miro y tiemblo. Como siempre, nos escondemos. Sabiendo que me quieres. Sabiendo que te espero. 

Y después del final, apostábamos por vernos. Y yo no te podía ni mirar. Y a pesar de la ira que se tornaba. Del tiempo para meditar. Nos encontrabamos en palabras y, discutiendo, cincelábamos el mar. Jamás me creerías si digo, que mi locura se quedó a verte pasar. Con tu falda perdido en el aire al levantar, tardes y noches de guerra y de paz. Acabaremos por terminar me dijiste en mis sueños. Y casi ni pienso en ellos ya. Porque a cada paso que doy, es uno atrás. Porque cada tiempo que tengo es nimiedad. Localizamos termores absurdos. Caos profundo. Tus besos añoraban libertad. Porque creían en algo más. Lo que yo te daba. Lo que tu pedías. Lo que, en el fondo, era mentira. Lo que, para mí, era deidad.