martes, 12 de septiembre de 2017

Ámbar de Kotu

Escucha, acompaña el ruido. 
Como quebraba cada una de las nubes cuando nuestras almas se entrelazaban y jugaban a ser vapor de nosotros. Como retrocedía la luna cuando te columpiabas en mis manos, cuando mordía tu fuego; como se reprimía cuando nos lanzábamos en aviones de papel, al aterrizar en prados regados con el sabor de tus besos. Recuerda cada uno de los instantes en los que nos encontrábamos en una mesa, de cualquier bar, de cualquier calle, de cualquier ciudad. También cada situación de despedida. Chillabas, gritabas, rompías a llorar, pues hay animales que no están hechos para vivir encerrados. Y yo detonaba, jamás me gusto vivir entre barras de acero. Éramos puro instinto, sentimiento superlativo, descontrolada pasión; éramos puto amonal. Nos encantaba decir que era verdad todo esto, que el fin justificaba los medios, que merecía la pena esta larga brevedad. Paseabamos siempre por aquella chopera, tú pateabas las hojas caidas, yo recogía tus sonrisas. Y, al final del camino, dejé de escuchar tus pasos, los tonos ocres terminaron. Mis ojos buscaron los tuyos. Al final, te habías marchado.
Eso fuimos, tres minutos, catorce segundos.

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