miércoles, 30 de septiembre de 2015

todas las bestias iban vestidas

Ayer soñé que me esperabas. En aquella esquina, de aquella cafetería, de cualquier parte. Donde siempre nos encontrábamos, sin querer. O sin pensarlo tal vez. Porque querer queríamos siempre y querernos lo hacíamos hasta doler. Que nos centrábamos en caminar, en mirar nuestras pisadas, para asegurarnos que conducían al mismo lugar. Que de la mano entrábamos en aquel jardín de lirios, donde enterramos nuestros pasados una vez, y dos y tres. Dejándonos en el presente, una mirada y una caricia por cada vuelta atrás. Que al llegar al hogar me abrazabas, mientras el fuego ardía, y yo en deseos de encontrarte al otro lado de la cama. Después girarnos y sonreír internamente y eternamente, por qué no, también. Que volábamos, como en las pelis y rogábamos al sol que no saliera, que no osara despertar la bestia que habitaba entre las nubes. Llorar teniendo el paraguas de tus manos y el desafío de alumbrarme con tu voz si estoy a oscuras. Si me nubla la razón y tu me guardas los besos que despejan esa niebla que atribuyo a mi locura. Agárrate desde mi espalda, que yo protegeré tu alma con mi cuerpo y la mía propia, y que el escudo sean promesas que no acaban y una puerta de salida en la ventana. Que abandonemos juntos si no escampa, y la lluvia para esos que les guste empaparse en otra cosa que no sea en tu sudor en la cama.

Ayer soñé todo eso,
y me desperté y no estabas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario