lunes, 14 de diciembre de 2015

Mono

Parte de todo es acostarnos solos. Sobrios. Mediando entre la lejanía y la letanía. Esperando volver y volver a cruzarnos. Porque aunque nos fuimos seguimos estando. Sin embargo, pecamos diciendo incoherencias, mientras nuestro despertar se encierra en esa arruga que te sale cuando empiezas a soñar; comenzando en verso y acabando en besos de esquimal. Somos trueno y maremoto, un pestañeo de ausencia; una madrugada incierta; conocimiento prematuro; anticipación; valor; temple. Somos liricistas, jugadores, perdidos en tabernas. Ni una, ni dos, ni cien barreras. Porque lo inefable lo es por naturaleza. Así partíamos de cero, pensando: una sonrisa que equipara esperanzas y una lágrima que la guarda; en este baile de espadas, en este tango de rabia; hoy somos, más que nunca, pura pasión reencontrada

Me parece que fue ayer cuando recordaba, que me vestía con las luces de tu estrella; mientras, aparecías en mi cabeza arrancando las hojas de mi cuaderno de bitácora y escribías, en las que restaban, tu canción favorita; que también era la mía cuando tú la cantabas. Por eso, yo me veía implacable, dibujando en tu espalda, mi nombre con los dedos; me veía sonriendo en tu mundo de atrezzo. Y decorando, el tiempo, sentados en aquel estrecho bulevar.

Llenas de un color iridiscente todo el enigma que eres. Al danzar, al entregarte siempre. Y  yo vivo en un damero bicolor. ¿Para qué tiznar la soledad despreocupada? Si, ella, en blanco y negro, vive mejor. Sólo puedo darte silencio y hoy te imploro: rómpelo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario