El
equilibrio se quebraba con cada pisada que dábamos. Despreocupados. Mis gafas
de sol quemadas ocultaban mi mirada de los rayos. Mi verdad de tus ojos. Pero
eso tú no lo sabías. Siempre he defendido la celotipia cuando se trataba de
pasear contigo. Aunque aquello solo fuese un recado para ti, para mí era
enredarme, empaparme en tus ideas, intentar entender por qué los opuestos se
atraen. Pero eso tú tampoco lo sabías. Recuerdo cada una de las palmeras que
rebasamos, a cada una de las personas que saludamos sin conocer – qué cosas más
raras suceden lejos de casa –, cada perro que nos ladraba, tal vez, porque no
entendía, tal vez porque no te conocía, como a mí me pasaba. Recuerdo cada
silencio, cada nota de esa canción que cantabas. Que sería mi nueva favorita.
Te recuerdo esperando a la sombra, en la arena. Como las olas se acercaban a verte
y retrocedían intimidadas. Recuerdo las nubes malva, descalzarme, enterrar los
pies y fundirme en la tierra que tentabas con los dedos. Recuerdo, también, pisar tus huellas
al volver y apartar vista la luz que tu pelo reflejaba. Jamás pensé que le
harías competencia a un amanecer. Pero eso tú, no lo sabías. Pero eso yo, no te lo contaba.
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