miércoles, 15 de agosto de 2018

Amazona

Entre infinitos paseos por montes desconocidos. Despeñábamos recuerdos por laderas olvidadas. Hastiado pretérito sombrío. Acampamos entre cuentos y jardines de espadas. Morí en la catedral de tu garganta. Loco albergar de espíritu melómano. Me cantabas tus penas, te reías de mis cuentos; eramos eso, repetitiva dualidad. Todavía recuerdo el pisar de tus suelas. Un ardid en primavera, un infierno rencoroso, un tango que acabó en tragedia. Llorabamos desconsolados sin ser, amarga levedad de sentimientos desencontrados. Rotos otra vez, joder. Nunca merecimos lo que no se ve. Me exigías, lo intentaba. Escapaba, me seguías. Sol al principio. Estrellas tarde, nunca. Bebería el agua que mana por ti, haría eco de tu voz. Y tú lo sabes, que hasta los montes se giraban; que hasta las sombras vestían de blanco cuando me mirabas. Aunque nunca resonaste en las murallas, intentabas ser pesadilla, pero eras noble, pura miel. Y yo jugaba a creerme tus mentiras. La línea de lo que ansío siempre distó de nexos, pero demostraste ser antes, ahora y después. Y quién soy yo para descreer. Que fui animal desconocido; que soy verbo, resentido; que soñaré ser capitán. Vencidos, vendimos. Dejamos atrás el duelo, nos convencimos. Lirios vestidos con sal. Libros a medio leer. Pasión animal. Al final, somos eso, historias a medio contar. 

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