sábado, 11 de agosto de 2018

Derrota

Te posaste en mi alféizar, solapada con los vientos de cambio. Y llorando azar. Y yo lo sabía. Dulce melodía emanabas. Historias de trasgos y reyes. De eternas perseidas. Locos deshonrosos y naves de ultramar. ¿Sabes? A tu lado todo era fantasía. Rompíamos platos de los que nunca comimos; bailábamos canciones nunca compuestas; llorabamos penas al son del latir del ajeno corazón. O, al menos, las mías. Reías y crecías conmigo, o eso creía. De tu oniria fui Leviathan. Escalaba tus miedos, destruía tu insincero palidecer. Eras Naoko y yo iba delante; como un verano ignoto que sucede a una promiscua primavera. No recordaba más de lo que tú querías, ni bebía yo. Vale más una vida de sueño que una de perdón o, al menos, es más bonita, decían. Rogabas calma en tu isla y sembré palmeras en el mar; un atolón de ideas y arena en forma de versos; y mis ojos empapados en el océano de tus bucles infinitos. Sin embargo, fuiste eso. Un navío a la deriva. Una lucha con los brazos frente a la marea. Avanzabas un metro y dos retrocedías y, sin más, desapareciste de mi vida; como una fugaz tormenta de verano. 

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